El 11 de marzo se cumplen 10 años del Gran Terremoto del Este de Japón que provocó también la triple fusión del núcleo en la central nuclear de Fukushima Dai-ichi. Como miembro de la redacción de nippon.com, en septiembre me ofrecieron la oportunidad de acompañar a una redactora y a un fotógrafo en una visita la central. ¿La razón? No soy un especialista en cuestiones relacionadas con la energía ni con la prevención de desastres, pero en plena pandemia y con una oficina casi vacía debido a la implantación del teletrabajo (algo que hicimos en 2016), yo era el único editor de la sección multilingüe accesible en esos momentos. No me costó mucho decidirme. Acepté inmediatamente.
Debo aclarar que antes de la pandemia las visitas de grupos nacionales e internacionales a Fukushima Dai-ichi eran frecuentes. Aunque desde la distancia el miedo a la radiactividad puede sugerir que la central sigue siendo un lugar prácticamente inaccesible, lo cierto es que miles de personas la han visitado para aprender más sobre la prevención y gestión de accidentes nucleares. Las visitas guiadas formaban parte de la rutina de la central hasta que la amenaza del coronavirus llegó a nuestras vidas. En el sitio trabajan además a diario alrededor de 5.000 personas contratadas por TEPCO y por otras muchas empresas que cooperan con la limpieza y el desmantelamiento de las instalaciones. Sin embargo, la conciencia de ese miedo latente me impide contar a nadie, y menos a mi familia, que tengo planeado visitar la central.
Nos alojamos en J-Village, en el distrito de Futaba del pueblo de Naraha de Fukushima, a unos pocos kilómetros de la central nuclear y en el borde de la llamada «zona de exclusión». Desde este lugar se esperaba que partiese la antorcha olímpica que encendería el pebetero de los Juegos Olímpicos de Tokio en 2020, que tuvieron que ser aplazados a causa de la amenaza de la COVID-19. En las carreteras de Futaba se puede ver un trasiego de camiones y otros vehículos que trabajan en las obras de reconstrucción y elevación del terreno. Hoy desde la carretera es difícil ver la costa y entre los terrenos llenos de maleza hay también relucientes edificios nuevos y solares terraplenados rodeados por carreteras sin mácula.
En Ōkuma, la localidad en la que se encuentra la centra de Fukushima Dai-ichi al norte de Naraha cruzando Tomioka, solo se permite el paso a vehículos con permisos puntuales (nuestro caso) o a las personas que trabajan en el desmantelamiento y la limpieza. Se pueden cruzar algunas zonas, pero hay una fuerte vigilancia y no permiten que nadie se detenga.
Nosotros fuimos desde J-Village al Centro de Documentación sobre el Desmantelamiento, en Tomioka, y de ahí en un autobús viejo hasta la central. Por el camino fue muy interesante ver edificios que quedaron, salvo por el deterioro natural, congelados en el tiempo: un supermercado, un salón recreativo, una tienda de ropa, innumerables viviendas… La naturaleza crece salvaje y lo cubre casi todo, y el sol casi ha robado el color a mucha de la cartelería de la zona.
Dentro de la central hay un estricto código de seguridad. Solo permiten tomar fotos a nuestro fotógrafo, y todas las imágenes serán revisadas antes de que salgamos de allí. En la entrada registran nuestros datos y nos entregan una tarjeta con la que pasamos varios controles, así como un escáner antes de acceder a la zona de trabajo. En la puerta varias personas se encargan de la seguridad y hay bastante ajetreo.
Antes de comenzar la visita por la central nos llevan a una sala en la que nos sentamos por turnos en una enorme máquina metálica: un monitor para comprobar la radiación que llevábamos encima. La operación se repetirá una vez finalizada la visita. También nos conducen a un piso superior desde el que, antes de ofrecernos una charla explicativa y ponernos un vídeo, podemos disfrutar de una vista desde las alturas de casi toda la central. Desde allí vemos por primera vez el extenso campo de depósitos de agua tratada.
La gente de TEPCO nos lleva más tarde por unos pasillos hasta llegar a una sala enorme en la que los trabajadores recogen sus tarjetas y otros enseres. Pasamos otro torno y llegamos a una sala en la que nos sentamos para recibir información antes del inicio de la visita. Allí nos descalzamos y nos ponemos la protección que llevaremos durante gran parte del recorrido. Tres pares de calcetines azules, unos guantes, una mascarilla, un casco y un chaleco en el que nos colocan paquetes de gel refrigerante (el calor aún aprieta en septiembre) y un pequeño contador Geiger que metemos en un bolsillo en el pecho.
Volvemos a cruzar la sala por la que pasamos anteriormente y recorremos un largo pasillo en el que los trabajadores colocan en estantes sus zapatos hasta llegar a una caseta donde hay más material de protección. Allí nos ponemos unas botas negras de goma antes de salir al exterior.
DISTINTA PROTECCIÓN EN CADA ZONA
Dentro de la central hay tres tipos de zonas: la verde (G Zone), la amarilla (Y Zone) y la roja (R Zone). El nivel de protección que debes llevar es distinto en cada una de ellas. Un 96 % de la central está clasificada como G Zone y en ella se recomienda la protección estándar.
Dentro de la Y Zone están instalaciones como la de procesamiento de líquidos avanzado (ALPS), donde se elimina del agua utilizada para la refrigeración de los reactores el cesio y parte del estroncio (aunque no el tritio) para luego almacenarla en depósitos. Aquí se debe llevar un nivel de protección mayor: un mono que cubre todo el cuerpo, una mascarilla que cubre la cara, un casco, varias capas de guantes y unas botas amarillas distintas a las que se llevan en la zona verde.
La R Zone son básicamente los reactores y sus alrededores. Aquí, además de la protección obligatoria para la Y Zone, debe llevarse un «anorak» por encima como protección ante la radiación. Obviamente, nosotros solo accedemos a la G Zone y a la Y Zone.
Ya con la primera capa de protección, salimos a los terrenos de la central y nos llevan en autobús hasta nuestro primer destino: una plataforma en un lugar elevado desde la que se pueden ver los cuatro reactores de la central.
La plataforma se sitúa a unos 100 metros de los reactores 1 y 2. Sorprende verlos a tan poca distancia. Nuestro contador geiger anuncia una subida de los niveles de radiación en este punto por primera vez, pero nada de lo que preocuparse. Desde lo alto se puede ver una gigantesca grúa que es manejada de forma remota cerca del reactor número 1. Aún hay muchos escombros y mucho metal retorcido que no ha podido ser retirado. La violencia de las explosiones de hidrógeno que se produjo durante el accidente se puede sentir en el paisaje.
Tomar fotos del conjunto es complicado. Nuestro fotógrafo recibe indicaciones de qué partes pueden salir y cuáles no. Hay que evitar sacar, por motivos de seguridad, zonas de acceso a los reactores. En el fondo se puede observar un trozo de mar.
Por el camino charlo con uno de los trabajadores que nos guían por la central, que muestra curiosidad sobre mi impresión al ver los reactores. Quiere conocer dónde estaba yo el día del Gran Terremoto del Este de Japón y mis pensamientos sobre la crisis de Fukushima. También me pregunta por qué decidí venir a Japón un año después del desastre.
EL PROBLEMA DEL AGUA
El siguiente destino de la visita son las instalaciones de ALPS. Aquí el agua contaminada es mezclada con sustancias químicas que permiten que las sustancias radiactivas puedan ser absorbidas por varias torres. Las sustancias radiactivas no se pueden eliminar del todo, por lo que el agua tratada cuenta con estroncio a bajos niveles y tritio.
Aquí nos ponemos la protección necesaria para la Y Zone. Trabajar dentro de ALPS es difícil. Caminamos por una pasarela metálica estrecha. La mayoría del espacio está ocupado por las 18 torres de absorción y las tuberías. Si no te colocas bien tu máscara se te puede empañar por dentro y no verás nada (hablo desde la experiencia). Aquí nos explican cómo funcionan estas instalaciones.
El agua resultante, cuya cantidad de sustancias radiactivas está dentro de unos niveles que permitirían su liberación a la naturaleza según la legislación japonesa, se almacena en unos enormes tanques de acero de unos 10 metros de altura que ocupan buena parte del terreno. Una vez salimos de ALPS, donde apenas hemos estado unos minutos, nos llevan a ver esos tanques.
Los tanques, separados apenas un metro unos de otros, están interconectados y cuentan con un sistema que permite detectar rápidamente si se está produciendo una fuga en alguno de ellos, de tal manera que se pueda aislar y solucionar. Se calcula que en verano de 2022, al ritmo con el que se produce agua ahora (1 tanque por semana), ya no habrá más espacio para construir depósitos y almacenar agua. Este es uno de los más acuciantes. Hasta 2018 se especuló con varias medidas para liberar el agua con tritio o almacenarla por largo tiempo: evaporarla de forma controlada, enterrar los tanques en la corteza terrestre o sepultarlos en cemento.
No obstante, se descubrió la presencia, aunque en cantidades bajas, de estroncio-90, un isótopo radiactivo que se acumula en los huesos. Ahora la opción más realista es, para el Gobierno, liberar ese agua al mar de forma controlada.
Antes de regresar nos llevan a una zona, en el exterior, en la que tienen preparada una mesa con un contador Geiger, un tarro con agua y un envase de plástico con unas pequeñas bolas en su interior. Aquí quieren mostrarnos el nivel de radiactividad del agua tratada en ALPS y almacenada. El agua del tarro es completamente transparente. Al pasar el contador Geiger (un ALOKA y survey meter TCS-172) da un rango de 1 µSv/h. El tupper con bolas de radón, un producto que se utiliza, por ejemplo, en las sales de baño, da un rango de 3 µSv/h.
A pesar de los controles y de que varios estudios, entre ellos de la OMS, indican que los niveles de radiación en los ejemplares capturados en la zona FAO 61 (Pacífico norte) no suponen un peligro para la salud, hay una natural preocupación entre las personas que trabajan en el mar. En Tōhoku continúan luchando contra el estigma de Fukushima. Después de diez años de trabajo para volver a recuperar la confianza de los consumidores, la liberación en el Pacífico de agua tratada en la central podría hacer que todos los esfuerzos del sector hayan sido en vano.
EL LEJANO FUTURO DE FUKUSHIMA DAI-ICHI
Hablemos de plazos. La hoja de ruta para el desmantelamiento se divide, grosso modo, en tres fases a partir de la estabilización de la situación tras el accidente, cuando el Gobierno anunció que los reactores estaban en «condiciones de parada fría» en diciembre de 2012.
En la primera fase se retiró el combustible gastado de las piscinas de los reactores 4 y 3, en los que el acceso era más sencillo. El 28 de febrero de 2021 se anunció la finalización de las tareas de retirada del combustible gastado de la piscina del reactor número 3.
En la fase dos, que se calcula que se extenderá una década (aunque posiblemente más), se retirará el combustible nuclear fundido de los reactores, pero para ello antes será necesario concluir la construcción del «sarcófago» que cubrirá el reactor número 1, cuya fecha de finalización está prevista para 2023.
Hay otros plazos: entre 2027 y 2028 esperan comenzar a retirar el combustible nuclear del reactor número 1. El del reactor número 2, entre 2024 y 2026. Para 2031 esperan haber terminado de retirar todo el combustible de los seis reactores de la central.
Es decir, se calcula que hasta el final del desmantelamiento de la central (fase 3) pasarán entre 30 y 40 años desde que se consideró que la Fukushia Dai-ichi estaba en «condiciones de parada fría» en 2012. Muchos de nosotros no veremos ese final.
LOS HÉROES DE FUKUSHIMA DAI-NI
Tuvimos también la oportunidad de visitar la central de Fukushima Dai-ni, una gran olvidada hoy, en la que entrevistamos a varias personas que vivieron la crisis desde dentro. Allí pudimos sentir que el 11 de marzo de 2011 a Japón le faltó muy poco para vivir dos crisis nucleares.
Fukushima Dai-ni se encuentra al sur de la central de Fukushima Dai-ichi, a unos 30 km por carretera. El tsunami afectó al suministro eléctrico y a varios edificios de la central. Las bombas de circulación de agua para enfriar los reactores 3 y 4 quedaron medio sumergidas.
Inmediatamente después del desastre, solo una de las cuatro líneas externas (dos de Tomioka y dos de Iwaido) desde las que la central recibe suministro eléctrico seguía operativa. Varias instalaciones importantes para enfriar los reactores habían quedado afectadas por el tsunami. Justo después del temblor descubrieron además que un trabajador había perdido la vida al caer de una torre. Con el desastre todavía presente, los empleados de la central comenzaron una jornada contrarreloj conscientes al mismo tiempo de lo que ocurría en Fukushima Dai-ichi.
La esperanza de Fukushima Dai-ni llegó gracias a una estación eléctrica diésel cercana que había soportado el desastre. Desde allí podrían tirar un pesado cable durante varios kilómetros para reconfigurar la red eléctrica entre los edificios. Pero no sería sencillo. Se necesitaba cable para restaurar el suministro y tuvieron que traerlo desde el exterior en helicóptero. Un campo de béisbol cercano sería el helipuerto. En la noche las luces de 20 vehículos privados de los trabajadores fueron utilizadas para guiar al piloto hasta el campo de béisbol, del que además tuvieron que retirar a toda velocidad una valla metálica.
El cable utilizado era en realidad tres cables de entre 2 y 3 centímetros de grosor trenzados en una línea. 200 metros de este cable pesaban alrededor de una tonelada. Este cable tuvo que ser transportado desde el helipuerto en camiones por carreteras afectadas por el desastre y llenas de escombros, y entre las constantes réplicas.
Entre los días 12 y 13 de marzo los trabajadores de la central fueron capaces de tender unos 9 km de cable de forma manual, una tarea para la que normalmente se requiere maquinaria. Pero había otros obstáculos. En el momento del desastre solo estaba presente en el lugar una persona capacitada para conectar el pesado cable en los distintos tramos.
Además, para enfriar el reactor número 1 las Fuerzas de Autodefensa tuvieron que traer un motor desde la prefectura de Mie en avión. Para enfriar el reactor número 4 también hubo que traer un motor de la central nuclear de Kashiwazaki-Kariwa por tierra. La puerta de acceso para colocar el motor tuvo que ser destruida porque había quedado dañada por el tsunami y era imposible abrirla sin más.
Afortunadamente, después de una jornada agotadora y traumática, el 12 de marzo pudieron confirmar que los reactores ya estaban en parada fría. En Fukushima Dai-ni habían evitado con el esfuerzo colectivo, sin apenas tomar un respiro durante dos días, un desastre mucho mayor.
Hoy en Fukushima Dai-ni no se observa el ajetreo que se puede ver en Fukushima Dai-ichi. El lugar está casi vacío. Se ha reforzado la seguridad y arreglado todo lo necesario, aunque aún se pueden contemplar las marcas del tsunami. Uno de los trabajadores me enseña fotos del día después del desastre. Delante de una rejilla del edificio de uno de los generadores diésel de emergencia se ve el cadáver de un tiburón pequeño que el tsunami dejó a su paso.
Desde entonces los reactores se mantienen en parada fría. Se ha reforzado la seguridad para garantizar que no se pierde el suministro eléctrico en caso de desastre. En lo alto de una colina hay varios camiones con generadores diésel del tamaño de una turbina de avión. Esos generadores son el último recurso en caso de que todo lo demás falle.
Sin duda hoy están mejor preparados que hace 10 años para hacer frente a una crisis similar. Se han aprendido muchas lecciones de la tragedia, aunque no puedo evitar pensar que los trabajadores de Fukushima Dai-ni no han recibido el suficiente reconocimiento al esfuerzo con el que evitaron un mal mayor en una jornada en la que casi todo el país estaba paralizado ante la tragedia.
Algunos de los empleados de la central confiesan que es una lástima que Fukushima Dai-ni no vuelva a ser reactivada. Parece que en el horizonte está el desmantelamiento. En la sala de reuniones exponen una muestra del cable pesado que ayudó a evitar la catástrofe.
Fukushima Dai-ichi y Fukushima Dai-ni seguirán siendo durante muchos años un recordatorio de la importancia de la prevención y de las medidas de seguridad ante los desastres naturales. De que debemos pensar más allá de lo que creemos suficiente a la hora de prepararnos ante las fuerzas de la naturaleza. Y también de que aún hay personas anónimas que acuden a diario al lugar de la tragedia para garantizar que otras personas puedan volver a vivir en esos kilómetros de costa del Pacífico en las próximas décadas.